lunes, 6 de diciembre de 2010

California, a las siete de la mañana.

California, 24 de junio de 2008. Como todos los veranos viajamos a casa de la abuela para pasar allí esos tres meses llenos de felicidad pues las clases acabaron. La playa, el surf, el sol radiante y amistades desde los siete años hacen que en verano no desee estar en otro lugar. La rutina. La de todos los días. Me levantaba sobre las siete de la mañana, desayunaba y a las siete y media quedaba en el acantilado con matt para ver el amanecer. Desde hace 14 años que coincidimos en el mismo verano. Era y será mi mejor amigo. Es especial, nos contabamos todo y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por mi, como yo lo estaba a hacer lo mismo. Después de ver el sol aparecer por primera vez en el cielo cada día, bajabamos a la playa y nos encontrábamos con todos los demás. Los de siempre. Nos podíamos tirar cerca de cuatro horas dentro del agua con la tabla debajo de los piés sin cansarnos. Solíamos comer todos juntos y después volver a la playa. Cada día en una casa distinta y sobre las nueve y media volviamos matt y yo al acantilado para ver al sol esconderse de su eterno día. Cuando se escondía, después de estar todo el día juntos regresabamos cada uno a nuestras casas, cenábamos. Nos duchábamos y volviamos a encontrarnos para tumbarnos en la playa y contar historias mientras el fuego de la hoguera recorría nuestros pensamientos. Sentada en el coche, mientras los árboles pasaban rápidamente frente a mí; llegué a aquella casa. En la que está plasmada toda mi infancia. Cogí mi mochila, la maleta y le di el beso de todos los años a la abuela. Corriendo saludé al pequeño tobi y fui a dejar las cosas en mi habitación. Miré por la ventana y allí estaban, todos ellos. Con una sonrisa en la cara bajé las escaleras. Cogí la tabla de surf y corrí hacia la playa por el camino de todos los veranos. Ellos al verme, también corrieron hacia mi. Solté la tabla en la fina arena y los abrazé a cada uno de ellos. Pasamos la tarde allí como cada día y por la noche volvimos a contar historias a la luz de la hoguera como siempre. Parpadeé. Ahora me encontraba tumbada en mi cama. Me imaginaba como sería otro verano con ellos y sonreía. Conseguí conciliar el sueño. El despertador sonando. Las siete. Me vestí y medio dormida me di una ducha. Siete y cuarto. Debía ir rápido si quería llegar a tiempo. Era la primera vez que lo iba a ver este año pues llegó ayer noche y no llegó a tiempo para la velada.  Siete y veinticinco. Corriendo por el camino llegué a aquel lugar. Me senté a esperarlo. Él no apareció, nunca más llegaría a ese lugar. Lo noté y vino tu tía a confirmármelo. Habías muerto de camino hacia aquí. Los días pasaban como una espina que nace en una rosa. Sonreia fingidamente y mis amigos estaban mas o menos igual que yo pero intentaban no caer y que yo tampoco lo hiciera. Todos los días a las siete y media, como siempre, llegaba a ese lugar para observar aquella rutina que un día marcamos. Cada mañana con la esperanza de que todo hubiese sido un sueño y que aparecieras, pero nunca lo hacías. 1 de julio, hacía seis días de lo de aquello y era imposible olvidarlo. Con los pies al borde del acantilado pensé en una locura y estaba dispuesta a hacerlo ya que, un día tu y yo pactamos que ninguno de los dos era nadie sin el otro. Lentamente fui bajando hasta que cayó la primera piedra al vacío y me arrepentí. Me eché a llorar pues era incapaz de dar mi vida por él. En mitad de preguntarme un porqué llegó él. Nunca antes lo había visto por aquí. Me secó con sus manos mis lágrimas. Se sentó a mi lado, al borde del acantilado y me apoyó subre su pecho, sin más. Con la última lágrima que corría por mi mejilla me dijo: "Niña de los ojos bonitos, me llamo Justin pero llámame jus." Y entoncés, me quedé dormida sobre ti. Cada día que pasaba era contigo. A veces contigo y con los demás pero siempre estabas a mi lado apoyándome. Iba superando día a día todo aquello que cambió mi vida. Todos los días, a las siete y media de la mañana , como lo hacía con el, tu y yo al borde del acantilado. Ya estábamos a mitad de julio y en mi empezó a nacer algo. Era una sensación extraña. Yo creía que era alérgia buena pero también cabía la posibilidad de ser por él porque nunca habia sentido eso por alguien. Empezamos a irnos a sitios diferentes. Solos tu y yo. Bosques donde jugámos a perdernos, cada mañana cogiamos las olas juntos y por la tarde practicábamos skateboard. Al principio, no lo manejaba muy bien pero tú me enseñaste. Empezó agosto y por las noches ibamos a la playa con los demás pero nosotros contábamos estrellas. Hoy, como los demás días a las siete y media, estabas allí. Tenías una guitarra, no lo entendía muy bien pero cuando me senté, empezaste a cantar una historia, nuestra historia. "Desde que vi esos ojitos, supe que serías especial". Apoyé mi cabeza en tus rodillas y mientras, tú seguías a mi lado. La canción finalizó con un simple "Nose dónde habrás estado todo este tiempo pero lo que sí se es que siempre te quise y siempre te querré. " Y entonces lo vi claro, los dos, al borde del abismo como cada día de ese verano. Te miré a los ojos y me di cuenta de la sensación. Yo me había enamorado de ti. Tú te habías enamorado de mi. Tu y yo. Tras esa melena, se encontraba el niño que siempre soñé. Te acercas poco a poco, más y más. En esa milésima de segundo que nuestros dientes se juntaron, te susurré que no quería que ese momento acabara nunca. Nos pasamos toda la mañana allí, abrazados. Mi primer beso, mi primera sensación. Esa misma noche cuando me viste, me cogiste la mano y me pusiste una venda en los ojos. Llegamos al bosque y nos tumbamos en la hierba húmeda. Empezaste a cantar. Tu linda voz me tranquilizaba. Cuando acabaste, cogiste mi mano y me miraste a los ojos. " Quiero pasar el resto de mi vida contigo"  Me dijiste sin más. " Pero la distancia impide todo eso." En ese momento, quería llorar pero preferí aprovechar el resto de verano que quedaba. Y así fue, cada día era una aventura nueva. Risas, abrazos, besos, canciones dedicadas, miles de estrellas contadas.. Pero todo se acababa y esto también llegaba a su fin. 31 de agosto. Los dos teníamos que regresar de aquel lugar. Me llamaste y con voz entrecortada me dijiste que fuera a aquel lugar de siempre. Las siete de la mañana. Solos. El acantilado, tu y yo. Rozando nuestros labios llegaba el momento de decir adiós. Ninguno de los dos queríamos pronunciar aquella palabra. Sacó de su bolsillo una cámara.  Cogió una rosa del bosque de al lado y me la regaló. Con la rosa en la mano empezaste a echarme fotos. Me diste un beso e hiciste clic. Todo terminaba. Me prometiste una y otra vez que jamás olvidarías todo esto y me hiciste prometer que yo tampoco lo haría. Era obvio que no lo iba a olvidar. Las once de la mañana. Tenía que coger un avión hasta España. Me levanté y tu también hiciste lo mismo. Me diste un beso en la mejilla y me susurraste que esto no era un adiós sino un tonto hasta luego. Que no me olvidara que me querías. Fui andando poco a poco de la mano con él y llegamos a la puerta de casa de la abuela. Todo estaba listo y me esperaban mis padres en el coche. Sin importar el mundo entero me besaste. Me cantaste bajito un trozo de mi cancion tuya favorita. " And if I fall in love with you all over again.."  Te di el abrazo mas grande del mundo. Y mis padres pitaron desde el coche. Me dijiste que me querias, yo te respondí que también y al dar el primer paso rompí a llorar. Cogiste la cámara mientras yo iba hacia el coche. Me llamaste, me giré y me hiciste la última foto. Te mandé el último beso y te miré desde lejos a los ojos. " Siempre te quise y siempre te querré jus." Repetí varias veces para mis adentros.

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